Vivía en una cabaña alejada, en el bosque. Su única compañía era un gato negro al que llamaba Valentin, su enfermedad, y una vieja maquina de escribir. Se decía que nada le importaba de ahí fuera, y podía pasarse horas muertas tecleando sobre una superficie llena de polvo y cenizas. Cada noche acababa exhausto de tanto exprimir su cerebro en busca de alguna rima decente, siempre cerca de una botella, y llenaba hojas y hojas de un material a veces ininteligible hasta que se caía a la cama, completamente borracho.
Cuando se levantaba la mañana siguiente enfermo de resaca, tomaba su prozac habitual y se limitaba a hacer su largo paseo diario, a eso de las 4. Nunca se levantaba antes,era el mejor medicamento a sus resacas. A esa hora bajaba al pueblo para aprovisionarse de un marlboro, whisky escocés y algo para llevarse a la boca.
Solo tenia su genio desequilibrado, y su amor incondicional por lo único que había conseguido querer en su vida, a Valentin. Odiaba con todas sus fuerzas a los seres humanos, siempre le habían parecido seres repugnantes y egoístas enormemente manipulados por tantas mentes retorcidas. Nunca conoció pureza en ningun ser humano como la de Valentin.
Le amaba y escribía, y nadie le leía, viejo solitario consumiendo su vida en odio y chupitos de whisky escocés.
Pero no importaba, nada importaba. A el lo mataría el alcohol y solo se oirían maullidos cuando todo acabara. Pero sus textos? Ellos serian eternos.
Como Hemingway decía: " La vida de un escritor es solitaria, pero si es buen escritor sabrá hacer frente a la eternidad"
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